lunes, 16 de junio de 2008

JESÚS Y LA NUEVA ERA


"La Nueva Era se encuentra en una difícil situación en relación con Jesús de Nazaret. Por un lado, sus ideas no tienen sitio para él; pero por otro, su atractivo sigue siendo tan grande que no pueden permitirse el lujo de dejarlo fuera del cocktail".[1]

Estas palabras del estudioso español César Vidal Manzanares, definen con gran precisión el problema que la persona de Jesús presenta al movimiento de la Nueva Era. Lo cual no debe sorprendernos si tomamos en cuenta que este movimiento no es homogéneo, sino que se nutre de diversas corrientes religiosas y pseudo-científicas. Antes de ver qué creen sobre Jesús los seguidores de la Nueva Era, veamos las principales características que distinguen a este movimiento.

1. Su interés por desenterrar el ocultismo antiguo: promoviendo enseñanzas de religiones ya desaparecidas como la azteca, egipcia, celta, o el de las grandes tradiciones como el judaísmo cabalístico y el cristianismo esotérico. De ahí que sea cuestionable su pretensión de ser una espiritualidad “nueva”.

2. Una apertura total a las enseñanzas místicas del oriente: adoptando y fomentando prácticas como el yoga, la meditación trascendental, creencia en la reencarnación y el karma, así como promoviendo la actuación de toda clase de gurús.

3. Pretensión de estar en armonía con cada uno de los cuerpos y poderes del universo: lo cual se traduce en un interés desbordado por la astrología, por supuestos seres de otros planetas (fenómeno ovni), así como por seres espirituales de otras dimensiones (angelolatría).

4. La idea de que el ser humano es divino en esencia: esto es, que es un “dios” en potencia, lo cual puede realizar mediante el desarrollo de sus potencialidades. Esta es quizá la más atractiva de las enseñanzas de la Nueva Era, ya que va unida a la utopía de que el “hombre-dios” puede convertir esta tierra en un verdadero paraíso, del cual, por supuesto, el movimiento Nueva Era se presenta como legítimo representante y anunciador.

De las cuatro características anteriores, se deduce que la Nueva Era es incapaz de elaborar una cristología única y bien definida, pues no puede presentar una sola imagen de Jesús, sino muchas y muy variadas. A continuación presentamos las tres imágenes principales de Jesús promovidas por los maestros “iluminados” de este movimiento.

EL JESÚS ESOTÉRICO
Esta primera tesis queda armada como sigue: Cristo habría pertenecido a la secta de los esenios, de quienes aprendió sus doctrinas secretas; llegó a convertirse en un terapeuta y médium profesional, se casó con María Magdalena y después de concluir su ministerio en Palestina se marchó para Francia donde dio inicio a la dinastía de los reyes Capetos, y fundó la Orden de los Caballeros Templarios.
Sobra decir que los autores que han ido confeccionando esta teoría, han recurrido más bien a la fantasía que a la investigación histórica seria. De hecho sus argumentos no son sino intentos de justificar en la persona de Jesús sus propias creencias ocultistas. Por ejemplo, Spencer Lewis, fundador de los rosacruces AMORC, fue uno de los primeros en hablar de un “Jesús esenio”, y en su libro La vida mística de Jesús, se refirió a los esenios como un grupo ocultista, más específicamente una rama de la Gran Logia Blanca de Egipto.[2]

Pero los descubrimientos de los rollos del Mar Muerto, llevados a cabo en 1947, han mostrado el error de estas ideas. En primer lugar, los esenios no eran paganos, sino judíos. En segundo, no eran ocultistas o esotéricos, sino extremadamente celosos de las leyes de Moisés, tanto que se habían apartado al desierto de Qumrán, lejos de la sociedad mundana, lo cual sugiere que eran aún más legalistas que los fariseos. En tercero, las diferencias entre Jesús y los esenios son enormes. La principal fue que Jesús sí vivió y desarrolló su ministerio entre los pecadores, y su censura más fuerte no fue para éstos, sino contra los religiosos hipócritas que por guardar sus tradiciones se olvidaban del amor al prójimo (cf. Mc 2:15-17; 7:1-13; Lc 18:10-14; Jn 8:1-11; 17:15). [3]

EL JESÚS YOGUI

Según esta idea, Issa, alias “el Cristo”, nació en Palestina en el seno de una familia pobre. Durante su infancia desarrolló poderes milagrosos, por lo cual muchas parejas visitaban su casa en Nazaret para tomarlo por yerno. Esto provocó que Jesús a los trece años de edad huyera del hogar y emprendiera su primer viaje a la India.

Ahí transcurrió su juventud de monasterio en monasterio, aprendió yoga, medicina y matemáticas, pero sobre todo las doctrinas de los monjes budistas. A la edad de veintinueve años regresó a Palestina para cumplir con su misión de bodhisattva (iluminador). Sin embargo, repudiado por los judíos, tiempo después fue crucificado, pero no murió, sólo se desmayó. Ya en el sepulcro fue curado por sus amigos con hierbas medicinales. De ahí se marchó nuevamente a la India, específicamente a Cachemira, donde se casó, tuvo hijos y murió a la edad aproximada de ciento veinte años.

Esta teoría fue propuesta por primera vez por N. Notovich, viajero ruso que a finales del siglo XIX dijo haber encontrado en el norte de la India unos manuscritos budistas que relataban “la verdadera historia de Jesús”. Lo cierto es que no fue sino hasta 1976, con la aparición del libro Jesús vivió y murió en Cachemira, del escritor español Faber-Kaiser,[4] que estas ideas cobraron popularidad. Pero de lo que muchos lectores no se percatan es que la obra abunda en inexactitudes históricas y ligüísticas, y está completamente influida por las creencias de la secta musulmana Ahmadiya.

Baste con comentar el más llamativo y artificioso de los argumentos de esta teoría, para ver la inconsistencia de los demás. Sus propagadores se jactan de haber llenado el vacío del Nuevo Testamento sobre los llamados “años perdidos de Jesús”, esto es, aquellos que van desde sus doce hasta sus treinta años de edad. Pero si hemos de creer a esta teoría, de que Jesús pasó estos años en la India, entonces es lógico pensar que cuando Jesús regresó a Palestina sería un perfecto desconocido. Pero los evangelios nos muestran todo lo contrario. En Mateo 13:55-56 leemos que las multitudes de Nazaret, al ver a Jesús, decían: «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿Dé dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?».

Queda claro, pues, para cualquier lector atento, que Jesús no era ningún personaje extraño en su tierra, la gente lo conocía muy bien a él y a su familia, lo que se les hacía raro eran tan sólo el hecho de que repentinamente hubiera surgido a la escena pública con poder tan grande (véanse también: Mt 2:23; Lc 2:51-52; 4:16; Jn 1:45-46).

EL JESÚS EXTRATERRESTRE

Debido a la gran sensación del fenómeno ovni en los últimos años, la siguiente teoría ha cobrado mayor interés que las anteriores, aunque suele combinársele con aquellas. Su novedad consiste en lo siguiente: Jesús fue un personaje intergaláctico, dirigido aquí en la tierra por extraterrestres. Se supone que el astro que guió a los magos del oriente hasta Belén, no fue otra cosa que un platillo volador; y durante su ministerio Jesús se mantuvo relacionado con aquellos seres mediante contactos del tercer tipo. Como ejemplo señalan el monte de la transfiguración, donde habló con dos extraterrestres que le daban instrucciones; o el huerto del Getsemaní, cuando una nave nodriza descendió para llenarlo de energía en medio de su debilidad.

Dicen que después de la crucifixión estos seres lo volvieron a la vida desde un ovni que se paró justamente encima del sepulcro. Un chorro de luz tocó el cuerpo exánime de Jesús, pasándolo a un estado próximo al plasma y dejando quemaduras en el santo sudario. En seguida fue recreado y así pudo volver a su tripulación, la cual se alejó internándose en el espacio interestelar. Pero un día él regresará para arreglar cuentas con los terrícolas, esta vez acompañado de varias flotas de platillos voladores. Y entonces sí que se verá quién tiene el poder…[5]
Es evidente que estas ideas no son sino meras fantasías, producto de mentes calenturientas, y no vale la pena refutarlas, pues todas caen por su propio peso. Baste decir que su atractivo se debe al éxito editorial de autores sensacionalistas como J.J. Benítez con su serie El Caballo de Troya, así como al hecho cada vez más creciente de que la gente busca un cristianismo “light”, es decir, ligero, sin una auténtica conversión ni demandas éticas que cumplir, y en el cual la figura de Jesús sea cualquier cosa, menos el Hijo de Dios que llama al arrepentimiento, de lo cual depende el destino de cada persona.

La Biblia dice que en cierta ocasión Jesús preguntó a sus discípulos qué decía la gente acerca de él. Las opiniones, como hoy en día, eran muy diversas. Después, al dirigirse a los doce con la misma cuestión, Simón Pedro le dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Jesús respondió: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16:13-17).

Este texto bíblico nos deja ver que no es irrelevante la opinión que uno tenga sobre Jesús de Nazaret, pues esta marca la línea entre los simples curiosos que lo miran a la distancia, titubeando para identificarlo, y sus verdaderos discípulos, quienes le conocen bien porque caminan con él y no dudan en llamarlo Señor, Cristo e Hijo de Dios. En este nuevo milenio, la pregunta de Jesús sigue resonando: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo…?» Una cuestión de tal magnitud no se puede eludir.

Angel Sanabria


(Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Prisma, vol. 28, No. 4. México, julio-agosto, 2000)


[1] César Vidal Manzanares, Lo que usted debe saber sobre la Nueva Era (Miami, Unilit, 1991).
[2] H, Spencer Lewis, La Vida Mística de Jesús (San José, Calif., Gran Logia Suprema de Amorc, s/f). Esta obra, en la que se asocia a Jesús con los esenios, salió a la luz por primera vez en la temprana fecha de 1929; con lo que puede verse que no es una teoría nueva.
[3] Para más información sobre las diferencias entre Jesús y los esenios, puede consultarse también de Vidal Manzanares: Los esenios y los rollos del Mar Muerto (México: Roca, 1994); especialmente el cap. 13.
[4] Andreas Faber-Kaiser, Jesús vivió y murió en Cachemira (México, Roca, 1976). Este libro fue contestado y refutado excelentemente por el escritor evangélico Juan Barceló, en: Jesús y el bluff de Cachemira (Barcelona: Clie, 1977).
[5] Cf. Vidal Manzanares, op. cit.; y del mismo autor: Ovnis ¿cuál es la verdad? (Colombia, Unilit, 1992).

miércoles, 11 de junio de 2008

ELVIS, PRISIONERO DEL ROCK AND ROLL

«Lo tengo todo en la vida, dinero, fama, admiradores. Y no obstante, me siento como el más miserable de los seres vivientes».[i]

Esto fue lo que expresó Elvis Presley al término de sus días, lo cual nos hace preguntar: ¿cómo es posible que el rey del rock’n roll terminara su vida sintiéndose tan miserable, si con sus canciones llenó de alegría millones de corazones y muchos hasta quisimos ser como él?

Elvis Aarón Presley nació el 8 de enero de 1935 en Tupelo, junto al río Mississippi. Su infancia se desarrolló entre el hogar, el trabajo, la escuela y la iglesia. Sus padres, Vernon y Gladys, eran cristianos evangélicos muy devotos, y educaron al pequeño Elvis en su fe.

En la escuela, Elvis comenzó a destacar; su profesora recuerda: «Cada mañana hacíamos como un poco de culto devocional, antes de empezar las clases. Cuando preguntaba quién quería orar, Elvis era siempre el primero en levantar la mano. Oraba y después cantaba unos cuantos himnos».[ii]

Cantaba y cantaba. La música corría por sus venas y, como todo niño, era una esponja que absorbía todo lo que le rodeaba. El “cabezón” se pasaba horas escuchando música country, los blúes de moda, y la música gospel (evangélica) de los conjuntos que llegaban a su iglesia.

Siendo todavía un niño, Elvis ganó el primer lugar en un concurso de canto en su pequeño pueblo. Pero no sería descubierto sino hasta enero de 1954, cuando pasó por un estudio de grabación, el Sun Records, y decidió hacerle un regalito a su mamá. Se metió a grabar un disco sencillo con la canción “That’s all right, mama” (Todo está bien, mamá).

Marion Keisker, la administradora, al oír cantar al muchacho, pegó un brinco de su asiento y fue a ver de quién se trataba; rápidamente se comunicó con Sam Phillips, el productor, y le dijo que por fin habían encontrado lo que tanto buscaban: «Un muchacho blanco que cantara como negro». Elvis llenaba al pie de la letra el requisito, así que no nos sorprenda el saber que a los pocos días ya estaba cantando en la radio.

A partir de ese momento, la fama de Elvis causó una revolución, pues rompió con cánones de la sociedad conservadora en que vivía. Obviamente el escándalo y las críticas no se dejaron esperar. Y es que el “muñeco” no sólo cantaba, sino que gritaba y se contorsionaba como un epiléptico, moviendo sus caderas sensual y bruscamente, por lo que no tardaron en bautizarlo como “Elvis La Pelvis”. Incluso, en el programa televisivo de Ed Sullivan, se prohibió tomar a Elvis de cuerpo entero; sólo podían hacerse tomas ¡por arriba de la cintura…!

Sus presentaciones se convirtieron en batallas campales. Las insaciables fanáticas hacían de las suyas derribando sillas, cordones, paredes de cristal, policías y todo lo que estuviera a su paso, con tal de llegar hasta donde estaba “el Rey” para abrazarlo, besarlo y que éste les estampara su autógrafo aun ¡en su ropa interior…![iii]

Muchos líderes religiosos arremetieron contra Elvis, uno de ellos dijo que las letras de su nombre también se podían acomodar como “Evils”, que significa: malo o perverso;[iv] y un ministro de Nueva York lo llamó “el apóstol turbulento del sexo”.[v] Alguien que asistió a un concierto, comentó que verdaderamente parecía poseído por un espíritu extraño.

Muchas mujeres desfilaron por el cuarto de Elvis, desde estrellas de cine, modelos una conejita de Play Boy, hasta muchas de sus admiradoras.

Elvis era como las dos caras de una moneda. Por un lado era el chico rebelde y seductor, y por el otro quería seguir siendo el chico noble y religioso de antaño. Así que en plena cúspide de su carrera lanzó un álbum de himnos cristianos titulado: “Su mano en mi mano”, tratando de quedar bien no sólo con el mundo, sino también con Dios.

Pero Elvis había pasado por alto la declaración de Jesucristo de que «ninguno puede servir a dos señores; porque estimará al uno y menospreciará al otro». Estas palabras se cumplirían al pie de la letra en la vida de Elvis, pues al final de su vida, no sólo menospreció a Dios, sino que le echó la culpa de todos sus problemas. Después de haber sido abandonado por su hija y su esposa Priscila, quien huyó con su profesor de karate,[vi] levantó su rostro al cielo, pero no para buscar ayuda, sino para decirle a Dios: «¡Ahora sí no te mediste! Esta vez me has dado una montaña que no puedo cargar» (letra de su canción: “You gave a mountain”).[vii]

Después de esto se dio media vuelta, y tomó el camino fácil: las drogas que él llamaba legales, esto es, las pastillas. Se había desmoronado su vida. Años atrás su madre había muerto, lo cual le dejó un poco trastornado, pero ahora era el acabose, ya nada le importaba. Los barbitúricos y estimulantes fueron minando su vida. Uno de los guardaespaldas dijo que Elvis era como una “farmacia ambulante”.[viii]

Por ese tiempo, y sin duda para que no notaran su ruina espiritual, comenzó a hacer “obras de caridad” a la gente que le rodeaba, Si por su música lo habían llamado “el Rey”, por sus buenas obras lo empezaron a llamar: “San Elvis”.

Pero su vida no se condujo tan santa como muchos hubieran querido, y como él mismo supuestamente deseaba, pues en sus últimos años se inclinó por el ocultismo. Richard Mann, autor de un libro biográfico sobre Elvis, cuenta que el artista desarrolló una fascinación macabra por los cadáveres, y que se entregó por completo «al engaño de los misticismos orientales, la numerología, la astrología, la parapsicología, la lectura del futuro y los fenómenos de reencarnación». Elvis decía que estas cosas eran peligrosas sólo para los débiles, pero «los fuertes podían probarlas».[ix]

Aunque en la Biblia que usaba Elvis claramente estaba escrito: «No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos»,[x] él se fue tras la bruja Christine Williams y la consultó. Mann nos dice que esta pitonisa «predijo a Elvis la muerte prematura a través de un sueño en el que había visto a su madre, Gladys, vestida con una túnica blanca que le tendía los brazos desde la tumba invitándolo a acudir a ella».[xi]

Pero Elvis no estaba muy seguro de la visión de la bruja; él creía que después de la muerte, en vez de esperarlo su madre dispuesta a abrazarlo, de seguro lo esperaban las llamas del infierno dispuestas a devorarlo. En una entrevista con un periodista de Hollywood dijo que estaba «muy asustado y tenía miedo de ir al infierno. Que deseaba poder ir más a la iglesia y ocuparse más de las cosas de Dios, pero que la gente se lo impedía».[xii]

Según Mann, «Elvis estuvo siempre convencido de que estaba “destinado a algo especial”. Era como un presentimiento espiritual que le decía que Dios le había llamado para llevar a cabo una misión única en la tierra».[xiii] Pero al final, Elvis quedó preso en las redes que él mismo había tejido. Tal parece que su famosa canción “Rock de la cárcel”, se había convertido en una realidad para él.

El predicador Rex Humbard, uno de los mejores amigos que Elvis tuvo en sus últimos años, declaró que éste le confesó que en muchas ocasiones cuando estaba en el escenario frente a las multitudes, tenía el deseo de predicarles el Evangelio, pero nunca se atrevió; y al recordarlo se preguntaba si acaso por esto se sentía el más miserable de todos los hombres…[xiv]

Pero las oportunidades habían quedado atrás y su hora había llegado. El 16 de agosto de 1977 lo encontraron tirado boca abajo en el baño de su lujosa mansión en Memphis; había muerto después de una terrible sobredosis de drogas. Pero no sólo las drogas fueron las que lo llevaron a la muerte, sino la tristeza, la depresión, la soledad, el peso de sus pecados; en pocas palabras: su separación de Dios.

¿Por qué, Elvis, por qué terminaste así…? Dios claramente te lo había advertido en la Biblia: «¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?»[xv]

Lo sé, él ya no me puede contestar, porque está muerto, pero dicen que “siempre habrá un Elvis”, y quizá tú puedas ser uno como él. La pregunta es: ¿se repetirá la misma historia en tu vida…? ¿Pretendiendo ser un “rey” de este mundo, terminarás, como Elvis, prisionero de tus pecados…? Dios no lo quiere, y por eso envió a Jesucristo, Él cargó con nuestros pecados en la cruz, para que tú y yo podamos ser libres y recibamos salvación; si confiamos hoy en Él, seremos verdaderos “reyes”, pero no en este mundo, ni del rock’n roll, ¡sino del eterno y poderoso reino de Dios…![xvi]


Publicado por primera vez en la revista Prisma, vol. XIX, No. 4 (México, 1991).




[i] Richard Mann: Elvis (Barcelona: Clie, 1989), p. 159.

[ii] Mann, op. cit., p. 28.

[iii] Mann, op. cit., p. 64.

[iv] Mann, op. cit., p. 67.

[v] Víctor Blanco Labra: Elvis en el bosque (México, D.F.: Diana, 1989), p. 94.

[vi] Blanco Labra, op. cit., p. 110.

[vii] Blanco Labra, op. cit., p. 95.

[viii] Mann, op. cit., p. 147.

[ix] Mann, op. cit., p. 165.

[x] Levítico 19:31; cf. Deuteronomio 18:10-12.

[xi] Mann, op. cit., p. 167.

[xii] Mann, op. cit., p. 155.

[xiii] Mann, op. cit., p. 153.

[xiv] Mann, op. cit., p. 159.

[xv] Evangelio de Marcos 8:36.

[xvi] Cf. Apocalipsis 1:6.